Ciberespacio y vida cotidiana: Entendiendo las nuevas prácticas sociales y dilucidando sus posibilidades.
Recorrido por dos ámbitos identitarios: universidad y ciberespacio.
"El ser humano es sí mismo y es el otro, es lo que fue y lo que quiere ser, lo que el otro quiere que sea y también lo que los otros dejaron en él". Javier Alberto Salazar Vilchez
El lugar destacado que cumplen los estudiantes en la vida universitaria merece elaborar estudios para identificar qué tan cerca o qué tan lejos están sus idearios de los propósitos institucionales, qué tanta sintonía existe entre las configuraciones que hacen de su identidad con los perfiles que forjan un ideal del egresado que aspira a contar con las competencias adquiridas en un plan de estudio.
Tales reflexiones ponen en escena ante todo una tensión que oscila “entre la singularidad de uno mismo y la similitud con nuestros congéneres, entre la especificidad de la propia persona y la semejanza con los otros, entre las peculiaridades de nuestra forma de ser o sentir y la homogeneidad del comportamiento, entre lo uno y lo múltiple” (Morales, 2006). Si la Institución logra sortear este dilema identitario, es más factible crear un ambiente favorable a la formación personal y profesional.
La identidad estudiantil es, por tanto, un proceso que se convierte en factor crítico de éxito en las instituciones de Educación Superior, pues tiene incidencia en la imagen, el prestigio y la calidad educativa a corto y a largo plazo en la comunidad estudiantil, tanto de estudiantes activos como de egresados.
Identidad universitaria
Brubaker y Cooper (2001) mencionan que el concepto de identidad ha sido utilizado para propósitos tan disímiles que se ha vuelto ambiguo y ha perdido su especificidad. La identidad de las personas no es un asunto dado y cerrado; por el contrario, está sujeta a permanentes definiciones y re-definiciones de uno mismo en relación con los demás; tampoco se debe pensar como algo que se transforme tan rápidamente que pierda su sustento, sino que se constituye sobre una base difícil de cambiar. Las personas construyen la identidad a medida que viven, y lo hacen, a su vez, sobre la base de la experiencia pasada; la identidad personal se construye en una cultura particular que representa el ambiente para definir la especificidad de cada individuo, por lo que la identidad deviene de un proceso complejo de una historia personal, construida en el interior de la trama de relaciones interpersonales y de interacciones múltiples con el ambiente, partiendo de la elaboración de los modelos de los adultos: madres, padres y maestros, como agentes sociales de las culturas familiar y escolar.
Dubar (1991, 111) afirma que “La identidad no es otra cosa que el resultado estable y provisorio, individual y colectivo, subjetivo y objetivo, biográfico y estructural, de los diversos procesos de socialización que, conjuntamente, construyen los individuos y definen las instituciones”. De este modo, la identidad es lo subjetivo pero también lo social, son las pertenencias y exclusiones, las afinidades y diferenciaciones, las cercanías y distanciamientos.
La identidad está vinculada a la concepción de sociedad y a la percepción que se tiene de la propia posición dentro de esta; también las expectativas, los valores y las normas forman parte del mismo proceso unitario de conformación de la identidad.
Ya en el ámbito de la Educación Superior, se entiende entonces la identidad universitaria como un sentimiento de pertenencia, una identificación a una colectividad institucionalizada, según las representaciones que los individuos se hacen de la realidad social y sus divisiones, y en donde se alinean factores tales como la experiencia escolar pasada, la pertenencia, las relaciones humanas, la percepción de la universidad como unidad, el territorio, las afinidades, la educación, el vínculo, las normas y la dificultad del ingreso a la institución.
Con relación a los factores que intervienen en el desarrollo de la identidad estudiantil, es conveniente agruparlos en aquellos que tienen una cobertura macro y los que tienen cobertura micro. Los primeros se refieren a las marcas identitarias de cada Institución, o sea, lo referente a sus principios misionales, visión y valores; entre los segundos, caben las características únicas de cada sujeto: género, edad, nivel socioeconómico, historia personal, actitudes y expectativas frente a su proceso de
formación y a la realidad circundante. Es así que a través de la interacción de estos factores y las manifestaciones más o menos estables de estos dentro de un contexto institucional y social se construye la identidad estudiantil universitaria (Cabral y Villanueva, 2006).
A pesar de que existen otras maneras de asumir la identidad desde la emergencia o situaciones que implican rupturas, crisis o cambios sociales, son las figuraciones del yo duraderas e insertas en un marco cultural lo que sintetiza el concepto de identidad (Holland, 1998). En tal vía, Bordieu (1986) plantea que la identidad se constituye en la replicación de las acciones de los sujetos y sus expectativas enmarcadas en un contexto cultural y profesional, a partir de lo que se considera es lo esperado por los otros (expectativas sociales y culturales), los valores y creencias (sensibilidad moral) y la visión de futuro.
En lo referente al universitario, Carrizales (1991) advierte que el estudiante está inmerso en un ambiente inestable producido por la intensa aceleración y el cambio cultural, condición que reta al universitario a ser protagonista de la creación de un mundo posible, compromiso que también realza Alain Michel (como se citó en González, 2001, 130) al afirmar:
"La escuela no solo debe cambiar pada
adaptarse sino también o sobre todo, para
preparar un porvenir conforme a una cierta
concepción filosófica y humanista de la vida
en sociedad. La educación debe formar
ciudadanos activos capaces de dominar el
progreso tecnológico para darle sentido a
la vida intelectual y colectiva, para respetar
el equilibrio del planeta, hacer reinar la paz,
reducir la violencia y forjar un verdadero
proyecto de sociedad."
Hay entonces una reivindicación por una identidad universitaria que otorgue conciencia social al sujeto, que adicione al natural sentido de pertenencia institucional un deber hacia el conocimiento que se explora, para preservarlo, enriquecerlo y valorarlo (Braslavsky, 1994).
En consecuencia, el espacio vital del estudiante, el territorio en el que su corporalidad materializa los intercambios de sentido con sus pares resulta decisivo en la configuración de su identidad, como lo establece Canclini (1995, 107): “La identidad es una construcción que se relata, en la cual se establecen acontecimientos fundadores, casi siempre referidos a la apropiación de un territorio por un pueblo o a la independencia lograda enfrentando a los extraños”.
En este caso, esta apropiación está potenciada por el territorio universitario, lugar por excelencia para la proliferación del pensamiento divergente, la interacción multicultural, la transformación de los imaginarios colectivos, fenómenos en los que la identidad está oscilando entre lo permanente y lo transitorio, pues el estudiante.
Identidad virtual
El advenimiento de múltiples y novedosas tecnologías de comunicación ha facilitado el desarrollo de redes sociales virtuales, en las cuales la identidad adquiere nuevas expresiones que merecen ser analizadas.
Estos espacios virtuales ofrecen posibilidades de socialización a partir del rediseño de códigos comunicativos y sistemas de significación de larga tradición, por ejemplo, la escritura, que se dota de elementos icónicos para demostrar la mcondición emocional de un usuario; “asimismo, ofrecen la posibilidad al individuo, en tanto que sujeto, de convertirse en emisor y mensaje de sí mismo” (Aguilar y Said, 2010, 193).
Retomando el presupuesto de la conformación de la identidad, que alude a una relación en el que la presencia del otro es indispensable para una confrontación que destaque los puntos de distinción entre el mismo y ese otro, el concepto moderno de hombre definió sus alcances, por cuanto durante los dos
siglos pasados, propuso una separación entre las categorías del mismo y del otro, lo que otorgó a la identidad las características de estabilidad, integración y consistencia: “La existencia efectiva de lo singular y lo diferente precisaba, asimismo, de un emplazamiento espacio-temporal que permitiese establecer los límites de la identidad, creando un orden y una estabilidad propios del modelo socio-cultural del modernismo” (Carrasco y Escribano, 2004, 2).
De este modo, la función del territorio consiste en localizar y estabilizar las identidades en comunidades homogéneas, amparados bajo el discurso dominante del Estado-Nación, represor, asimismo, de las expresiones contrarias a su visión uniforme de la realidad.
En este modelo, se construye una historia evolutiva basada en los hechos del pasado con el hombre como sujeto único e individual.
Así, el lugar y el tiempo otorgaban la sustancia performativa de la identidad del individuo (Silva, 2001). Sin embargo, este modelo compacto y estructural se resquebraja frente al surgimiento de medios de comunicación y de las tecnologías diseñadas desde las plataformas virtuales. La construcción de la identidad y la alteridad pierden el anclaje a los territorios y los límites físicos; además, la aparición de fenómenos del simulacro y de la virtualidad permite complejizar el fenómeno identitario, pues disipan la frontera entre el mismo y el otro.
La posibilidad de interactuar y relacionarse con otros individuos en diferentes partes del mundo dejó de ser un imposible o una utopía solo al alcance de aquellos con medios económicos para viajar y conocer otras personas y otras culturas (Ma, 1996).
La posibilidad de ruptura de las nuevas tecnologías radica en la experimentación del tiempo y el espacio de una manera no lineal, que transporta los constitutivos de la identidad a no-lugares. Bajo este redefinición del espaciotiempo es factible pensar el yo apartado de los criterios de continuidad y permanencia.
Surge la mediación tecnológica en la relación social de los sujetos inmersos en un entorno tecnológico que sustituye la corporeidad como representación de la unidad y coherencia de la identidad, y ofrece la apertura a horizontes de expansión de la subjetividad donde los límites somáticos son difusos.
Las comunidades virtuales comienzan a recoger los intereses de personas que son convocadas para profundizar las interacciones sociales alejadas de cualquier obstáculo geográfico, o cultural. De este modo, la espacialidad de un sujeto ya no se reduce a un territorio asumido como espacio físico, sino que mediante el ciberespacio se despliega su subjetividad desde diferentes espacios.
Es así que Internet, entendida como la plataforma electrónica que soporta el flujo informativo entre los usuarios conectados a la misma, es la raíz física que sustenta la concepción del ciberespacio como espacio para acercarse al otro:
No es más que una traducción simbólica, lingüística y psíquica, y por consiguiente humana, de lo que el hardware y software que sustenta a la Internet puede hacer. Ya aquí se va vislumbrando cómo el mundo intrapsíquico del sujeto perfila la noción del ciberespacio como espacio. Al etiquetarlo como un ámbito en el que se puede "entrar", "conectarse", "conseguir información", se puede ir entreviendo cómo el ciberespacio existe, también en parte, porque el usuario se lo imagina como un lugar de encuentro con el otro, y de esta manera simbólicamente se le designa como un espacio para el intercambio de significantes y significados con el otro (Salazar, 2001, 2).
En tal medida, la noción espacial de ciberespacio está dotada de dimensiones del lenguaje que supeditan al usuario a traducir lingüísticamente en carácter social el carácter digital del ciberespacio, condición humana que se aplica a otras realidades, como bien lo han planteado corrientes como el construccionismo social, la antropolingüística, entre otras. Por eso, en términos de construcción social la vida en la red es tan real como la que ocupa el sujeto en un espacio físico, aunque como es
una forma para recorrer y conocer el mundo en el cual se habita, se designa como una especie de representación hiperrealizada del planeta Tierra.
REVISTA LASALLISTA DE INVESTIGACIÓN - Vol. 12 No. 2 - 2015 - 204•214
Autor: Jorge Andrés Molina Benítez
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